Opinion
SIN FIN DE HISTORIAS
Ramiro Arturo Barrera Moreno“Ya tengo los boletos para la corrida, no puedes faltar, recuerda que va a rejonear Pablo Hermoso de Mendoza”… Así sonaron las palabras de mi amigo el Sr. Juan Vázquez, taurófilo de toda la vida, quien en esos días (fines de enero del 2006) fungía también como asesor del juez de plaza del coso taurino más grande del mundo, la Plaza México. Debo decir que desde niño me han llamado mucho la atención las corridas de toros, tal vez por la influencia de mi bisabuelo materno y un hermano de mi madre, quienes de verdad eran aficionados al llamado “Arte de Cuchares” o sea la lidia de reses bravas. A tal grado que mi bisabuelo Don Tomás llegó a ser amigo de los famosos matadores de toros mexicanos Luis Castro “El Soldado”, Silverio Pérez “El Faraón de Texcoco”, Carlos Arruza “El Ciclón Mexicano”, Luis Procuna “El Berrendito de San Juan” y otros no menos famosos.De tal forma que año con año, desde hacía más de quince, me privaba de muchas cosas con tal de ahorrar y estar presente, en por lo menos una corrida de la temporada grande de la Plaza México, que por lo regular inicia a mediados de noviembre y concluye a principios de febrero de cada año, donde se dan cita miles de aficionados de todos los estratos sociales, quienes atiborran el graderío y es verdaderamente impresionante estar en ese lugar en forma de embudo. Sobre todo cuando se llena con 50,000 espectadores. De ese numeroso público muchos somos “Villamelones”, término que se da a quienes no saben nada de toros y simplemente vamos a curiosear, como tal vez sea mi caso. Los festejos comienzan invariablemente a las 4 de la tarde, con el famoso paseíllo de quienes van a lidiar a los bureles, los cuales van acompañados por sus cuadrillas y al compás de las notas vibrantes de la melodía “Cielo Andaluz” del compositor español Rafael Gascón inician el festejo. Los ¡Oooleeesss!, la gritería y los murmullos de las miles de gargantas, enchinan la piel. Se combinan sonidos, colores y olores que hacen de ese un momento singular. Llegan al olfato los finos perfumes de las damas que se combinan con el olor de toda clase de fritangas, las cervezas y otras bebidas espirituosas que corren a pasto en todas las graderías.Ese inolvidable día domingo 29 de enero del 2006, un día soleado. En el cartel alternaban: En toreo de rejones el español Pablo Hermoso de Mendoza y en toreo a pie: Manolo Arruza y Javier Ocampo quien confirmaba su alternativa.Llegué a la plaza ubicada en la colonia Nochebuena del Distrito Federal antes de las 3 de la tarde y vi a mi amigo Juan Vázquez, justo en la entrada al coso donde lucen las esculturas taurinas del valenciano Alfredo Just. Acomodados en la octava fila de barrera de sombra, conversábamos animadamente sobre el lleno impresionante que ya se veía a esa hora, esperando con ansiedad el inicio de esa catorceava corrida de la temporada grande 2005-2006. Comiendo fritangas y bebiendo vino tinto mexicano “Sangre de Cristo” envasado en una bota de cuero, mi amigo me contaba chistes relativos a la fiesta de los toros. “Pues resulta que el gran torero Cagancho contrajo nupcias con la Pilarica, mujer fogosa, traviesa y muy guapa y en la luna de miel a la hora de desvestirse el “mataor” se sinceró con la Pilarica diciéndole que con pena le informaba que le falta un testículo, a lo que la dama desenfadada le contesta:-Pues si a sinceridades vamos yo tengo que confesarte que ya no soy virgen; a lo que un enojado Cagancho replica:-Pero “mujé” que lo mío ha sido producto de una cogida, contestándole la picara dama:-¿Y lo mío tú crees que fue producto de una pedrada? Me río como imbécil del aguado chistorete. La gente que me rodea pensará ¿de qué se carcajea este bobo?El festejo comenzó, el rejoneador Hermoso de Mendoza realizó una faena que no valió la pena, por lo que tocaba turno al matador Javier Ocampo, siendo anunciado el toro “Pajarito” de 503 kilos de peso de la ganadería de 4 caminos. Lo vimos salir de frente por la puerta de toriles, enfiló al callejón y corrió directo atravesando el ruedo… no paró su loca carrera y cuando casi topa con las tablas del burladero ¡saltó casi dos metros! Sus cuartos traseros se apoyaron del filo del burladero y volando se estrelló contra la segunda fila de la barrera de sombra (a cinco filas de donde estábamos en línea recta). De inmediato todo fue un pandemónium, la gente corría empavorecida tratando de salvar su vida, unos rodaban por las gradas, otros se aventaban a los callejones y otros más eran violentamente sacudidos por el enloquecido burel. Testigo mudo del incidente con angustia veía como hombres, mujeres y hasta niños podían ser corneados por las astas asesinas de un toro que luchaba también por escapar. Allí a unos cinco metros de “Pajarito”, parado y pálido como la cera vi al famoso comentarista de la televisión deportiva José Ramón Fernández, quien no atinaba a hacer nada presa del pánico, de tal forma que si el toro voltea de seguro le pone una cornada, que de seguro hasta hoy la seguirían festejando los odiosos televisos.En su afán de escapar, el toro “Pajarito” embistió a una señora mayor de pelo totalmente cano, suéter negro y falda del mismo color a quien el astado revolcó y empitonó en el muslo, provocando que la dama exhibiera impúdicamente las sexis medias y liguero que portaba.Por fin la brava res quedó atorada en una de las localidades, lo cual fue aprovechado por un individuo vestido de civil, quien enterró en la parte superior del cuello de “Pajarito” una filosa espada (hoy se sabe que era un rejoneador que estaba como público de nombre Felipe Vallina), después el toro fue apuntillado por el subalterno Leopoldo Casasola. El saldo final, ningún muerto ¡Gracias a Dios!, solo una decena de heridos, tres de ellos de mediana gravedad. Con los nervios de punta, quise salir del coso taurino, pero mi amigo Juan Vázquez, me detuvo. “Dónde vas no seas miedoso, no pasó nada”. Tímidamente pregunté ¿qué va a seguir la corrida? “Pues claro, me respondió, acuérdate que el show tiene que seguir”. Efectivamente, el trágico incidente en instantes pasó a segundo término. Con total indolencia, muchos de los que vi cerca del toro en peligro inminente de perder la vida, continuaron disfrutando de la corrida, bebiendo cervezas, wiskis, y vino tinto en cantidades industriales. Poco después el paroxismo total, ya que Pablo Hermoso realizó una faena al toro “Santorini” que le valió las dos orejas y el rabo.Al final el torero Javier Ocampo quien no tuvo suerte en sus dos astados de compromiso, regaló uno más a su cuenta, haciéndole una faena que alborotó los tendidos. Cuando terminó la lidia el juez de plaza no concedió ninguna oreja al matador, por lo que un sujeto de vestimenta negra y pelo canoso, desde el ruedo a grito pelón mentaba madres y hacia señas obscenas al juez de plaza. Al ver al iracundo y furioso sujeto le pregunté a mi amigo Juan –¿ y ese mono por qué se enoja tanto?, respondiéndome, “Ese sujeto es monseñor Onésimo Cepeda, Obispo de Ecatepec, hombre millonario que es representante de varios matadores de toros, amigo de los políticos más pesados del país y socio de Carlos Slim, dueño de Telmex”.Esos hechos movieron mi conciencia en relación a la llamada fiesta brava, a donde los nobles animales, son maltratados entorilándolos en corrales totalmente oscuros, sin darles agua durante 24 horas y cuando salen al ruedo les clavan tres pares de banderillas, recibiendo varios puyazos para que sangren y según se oxigenen para dar una mejor faena y en el colmo de su degradación, los desorejan y les cortan el rabo y hasta las patas para dárselas de trofeo a sus matadores. En el caso del pobre toro “Pajarito” sus restos fueron vendidos al carnicero Juan Flores Chávez de Atizapán de Zaragoza, Estado de México, donde su carne fue vendida a 40 pesos el kilo. La piel fue vendida y enviada a León Guanajuato tierra zapatera.El incidente “Pajarito” provocó que las organizaciones no gubernamentales de defensa de la vida animal, redoblaran sus esfuerzos por prohibir las corridas de toros en México. Por mi parte fue la última vez que asistí a un festejo taurino. Hoy ni por televisión veo dichos “festejos”. También hoy en día miles y miles de gentes afirman haber estado en la Monumental Plaza México el día que “Pajarito” voló. Si se contaran todos los que aseguran haber estado se llenaría la plaza unas diez veces. ¡Bola de chismosos!